Hola mundo!

Hola mundo!

Bien, creo que este es mi primer blog al que quiero dedicarle más seriedad que a los anteriores, que seguramente están en algún rincón de este vasto contexto y cuyos dominios ni puedo ni quiero recordar. Si esto está inspirado en la primera página del libro Don Quijote de la Mancha, es porque ese libro me transporta de inmediato al cuarto grado de la escuela primaria Juan Escutia, en una comunidad rural al norte del estado de Veracruz, donde quedó plasmada gran parte de mi infancia.

Era un niño muy curioso; recuerdo que no alcanzaba el estante de plástico donde estaba la colección de libros, que tristemente nunca fue promovida con verdadera vocación por los maestros. Tenías que ser tú mismo quien fuera por ellos. Cuando logré alcanzar Don Quijote, de inmediato me imaginé el molino en algún rincón de España. Ni siquiera lo terminé; fueron apenas unas cuantas páginas leídas por pura curiosidad. Pero al abrir ese libro —como cualquier otro— me sentía transportado a un mundo distinto, difícil de describir, aunque intuía que ahí (en ese ese pequeño librero de plástico) podría hallar respuestas a mis preguntas.

Ese año fue especialmente importante porque, de alguna manera, es lo que me ha traído hasta aquí: a construir este blog y compartir un poco de mis experiencias a lo largo de casi 30 años de vida. Después de Don Quijote de la Mancha llegó Age of Empires (Age of Kings y The Conquerors), un juego que mi hermano y yo amamos desde entonces, aunque siempre preferimos The Conquerors. Personalmente lo sentía más completo y desafiante.

Al inicio no entendía nada y, honestamente, no recuerdo cómo fue que aprendí, jaja. Pero un día un amigo —nieto de una vecina a quien apreciamos mucho— nos enseñó una serie de trucos: el coche cobra que disparaba balas y se movía rapidísimo, el Furious the Monkey Boy, un pequeño monito poderoso pero frágil que ni siquiera podía refugiarse en los edificios como los demás soldados y aldeanos. También nos enseñó los códigos para conseguir recursos como madera, piedra, oro y comida. Este último siempre me daba errores al escribirlo, lo que me desesperaba, así que optaba por conseguir oro y luego comprar comida en el mercado. Claro, después descubrí que entre más compraba, más caro se volvía: la ley de la oferta y la demanda manifestándose en tiempos en que yo ni la comprendía, jaja.

Así comenzó todo. Aprendimos atajos de teclado en aquella enorme computadora Acer, cuyo monitor estaba sobre el CPU. Imagina la resistencia de ese gabinete al sostener semejante monstruo que, además, te electrocutaba si tocabas la pantalla, jaja. Y yo me preguntaba por qué nuestro CPU era vertical y no horizontal como los que había visto en los cibercafés o en los libros de enciclopedia que papá había comprado.

No teníamos conexión a internet y ni siquiera sabíamos de su existencia. En la comunidad éramos pocos los que contábamos con computadora. Un par de viejos amigos también tenían una, pero su monitor no te electrocutaba, era a color y no azul como el nuestro. Además, tenían un escritorio especial para ella, no una mesa cualquiera.

En fin, dejaré esa historia para otro día y seguiré por otra vía. Ahora toca recordar la escena en que me gané un viaje al puerto de Veracruz. Ese día lo tengo grabado con claridad. La clase estaba tranquila, yo no me sentía culpable de ninguna travesura. El profesor Edgar entró al salón con la noticia de que uno de nuestros excompañeros había ganado un viaje todo pagado por tener el mejor promedio en las calificaciones finales.

El ganador debía pedir permiso a su madre para poder asistir, pero tristemente ella se lo negó, alegando falta de recursos económicos. Yo me preguntaba: si el viaje ya está pagado, ¿para qué necesitas más dinero? El pequeño alumno no insistió, y el profesor no pudo hacer nada. Inmediatamente levanté la mano y dije: “¿Puedo ir yo?”. Y el profesor, sin dudarlo, accedió a cederme el lugar.
No tenía idea de la situación financiera de mis padres, aunque mi papá era maestro de primaria en otra comunidad del mismo municipio. Tampoco sabía que un maestro recibía un sueldo fijo, pagos semanales y prestaciones de ley. Para mí todo eso era un misterio. Lo único que entendí en ese momento fue que mis padres me dieron permiso, y con esa simple autorización mi aventura comenzó.

No lo viví con la intención de presumir ni de destacar sobre mis compañeros. Ni siquiera tenía claro a dónde iríamos. Solo estaba ilusionado con la idea de viajar, sin imaginar que ese recuerdo se quedaría conmigo tantos años después.

Recuerdo que mi mamá me compró un panqué de pasas para el camino. El autobús iba lleno, tanto que tres estudiantes compartíamos dos asientos. A un lado mío iba una prima mayor que yo, yo quedé en medio, bastante incómodo, y del otro lado se sentó un amigo. Así arrancó aquella aventura, sin saber que esos pequeños detalles se volverían parte de mi memoria y, con el tiempo, de mi manera de ver el mundo.

Estas pequeñas anécdotas son solo el principio de un viaje que dará sentido al nombre de este sitio. Aunque al leer el título, el apreciable lector pueda pensar que se trata únicamente de una introducción a la programación, déjame decirte que también hablaremos de eso, sí, pero iremos mucho más allá: desde geopolítica hasta computación cuántica.

Por ahora no entraré en más detalles para no parecer que lo sé todo, porque realmente no lo sé. Lo que quiero es aprender, y espero que estés ahí, acompañándome en este universo de curiosidades por explorar.

Gracias por dedicar tu tiempo a este espacio, lo valoro tanto como el contenido que espero brindarte.

Pepe.


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